9 de septiembre de 2004

La campana de la puerta sonó justo cuando mi índice se acercaba al apagador de luz. ¿Le puedo ayudar? Pregunté. Estiró el brazo y me entregó un papel con un dibujo. Quería explicarle que era imposible poner esa serie de colores en piel, pero para cuando pensé en dudar, ya había sacado la aguja de su caja y empezaba a pintar su piel con tinta azul, roja y negra.



Vi el papel una vez y trabajé. Sentí que había hecho esto antes pero no recordaba si lo había soñado o si éste era el sueño de algo que había hecho mientras despierto. Las líneas parecían haber estado pintadas con tinta invisible, y yo sólo rellenaba los espacios.



Terminé y le dije cuánto sería el cobro. Estiró la mano y de ella salió una pepita de oro que pareció traspasar su mano. Cayó al suelo. Me agaché por ella. Sentí la tentación de morderla para asegurar que fuera real pero alcé la cara. Sólo encontré el papel, la puerta cerrada y la luz apagada.


Rodrigo Navarro
www.rodnavarro.blogspot.com

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