9 de septiembre de 2004

Todavía con el cañón del revólver en su boca, Fabián pensaba si lo que acababa de hacer esa misma noche de diciembre había sido lo correcto.

Sentado en el patio de aquella vieja casona, este hombre de cabellos canos balanceaba su cuerpo hacia enfrente y hacía atrás, con los codos recargados en las rodillas, los ojos se le humedecían, pero no se animaba a jalar el gatillo del Smith and Wesson.

Entonces sacaba el arma de la boca y con más seguridad de disparar se apuntaba a la sien derecha, pero no, no se atrevía.

Fabián, que llevaba seis meses sin conseguir empleo, hacía un recuento mental de lo sucedido minutos antes, de aquello que empezó por no tener para la cena de esa Nochebuena.

De la sien pasaba la pistola otra vez a la boca y otra vez a la sien y otra vez a la boca, pero ni los cadáveres de su esposa embarazada y de sus tres pequeños hijos tirados a su lado lo animaban a perforarse el cráneo.


El Yorsh

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