17 de enero de 2005

Laetita


Era una mujer de costumbres extrañas, rayando en lo autista – afásica. Nunca aceptaba o cargaba billetes, forzosamente tenían que ser monedas. Subía siempre los peldaños pisando el escalón impar, tomaba sólo un tipo de leche, usaba siempre la misma marca de ropa interior (¡cómo sufrió cuando la descontinuaron!), se cortaba el cabello sólo en su pueblo natal y estaba definitivamente peleada con la tecnología. Sin embargo, todavía me parecía “rara moderada” hasta que me pidió una de las cosas más extrañas de las que he sido sujeto: quería que le empinara un balde con agua con una inclinación exacta de 45 grados sobre su cabeza, a una distancia de 10 centímetros. Todo eso como parte de un ritual familiar. No niego que su espalda es divina, pero me tuvo practicando el movimiento alrededor de 3 horas, de tal manera que cuando por fin le pareció bien de inclinación y distancia, mi muñeca ya estaba semi lesionada. El dolor detonó mi apetito por conocerla más, al grado de proponerle formalizar nuestra relación. Ella sólo dijo: por qué no...


Yorgos Friligos

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