17 de enero de 2005

HIDROFILIA


No todas seguían su juego. Algunas mujeres preferían el contacto rotundo y los fluidos. Aquellas que aceptaban nunca partían con la satisfacción del orgasmo. Pero eso no le parecía importante.

Para él, entrar en la sala de baño, encender las velas, colocar el vaso de cristal y verificar la temperatura del agua eran sólo el preámbulo. Nada lo apresuraba al desvestir a su amante en turno. Ningún impulso de lujuria lo guiaba para tender su mano al cuerpo desnudo y asistirlo al ingresar en la tina.

Sólo profería algunas palabras. (Silencio. Inclina la cabeza. Extiende los brazos. Cierra los ojos. Levanta tus senos). Él se limitaba a verter agua sobre el cuerpo dispuesto. Y observaba. (Los pezones endurecidos. La entrepierna de sargazos. Los orificios inundados. El agua bifurcada en las nalgas. Las gotas lenguas saboreando).

Al final, como cada vez, esperaba que el agua se enfriara. Entonces dejaba de verter y llenaba el vaso de cristal con agua de la tina. Bebía lento mientras el cuerpo húmedo de la mujer tiritaba. Su respiración se entrecortaba. Cada sorbo era penetrar más. Esa breve asfixia liberaba la contención. El último trago escurría por su esófago y fluía hasta convertirse en un chorro de semen.


Sandino Cruz
http://umbrias.blogspot.com/

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