3 de noviembre de 2004

Sin título


Despertaba automáticamente, a veces con los ojos pelones, a veces con los párpados arenosos, todos los días, a las tres de la mañana. Exactamente dos horas antes de que sonara el despertador. 5am, el radio-reloj-despertador de la mesita de noche le hacía dar un sobresalto. Las trompetas del Himno Nacional.

Pensaba que era una costumbre de su cuerpo, o eso que llaman “memoria muscular,” saberse programado para dormir “otras dos horas” y no esos ridículos cinco minutos de la gente que usa el snooze para ganar estatus modorro gracias a la avaricia del laxo. Pensaba que también era costumbre que le gustara el calor que irradiaba ese bulto que dormía a su lado todos los días, igual por costumbre o por la simple comodidad de dormir con alguien.

Debían ser las tres pero los dígitos rojos estaban apagados. El calor que despedía el bulto cotidiano de Andrea tampoco estaba allí, ni estaba el silencio de la mayoría de las madrugadas del año. Se levantó porque creyó haber oído que alguien tocaba la puerta. Llovía. En el tapetito de la entrada sintió pisar los dos únicos relojes de pulso que de noche estaban sobre el tocador, y de día alrededor de las muñecas de ambos. Hoy se precipitó el sobresalto. Y no fueron las trompetas del Himno Nacional.


Selene Preciado
http://seprec.blogspot.com

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