6 de octubre de 2004

La odisea


Al entrar en la casa, resentiste una pesadez. Dejaste que las perras, Fátima y Triana, olisquearan tus botas y que el aroma a pescado las repeliera. Ahora llegaba el turno de tu hijo. Lo acariciabas maquinalmente, dejabas que te quitara el mandil y con desenfado, tras manchas de suciedad, lo mirabas descifrar la imagen de una carreta en alta mar, coronada por las palabras: Mariscos La odisea. “Argelia, deberíamos ponerle un nombre mágico”, recordaste.
-Orfeo, llévaselo a tu madre.
Volviste al sillón de siempre. A un lado estaban los libros en turno. Los tocaste. Miraste la luz de la tarde y encendiste la lámpara, que trajo sueños y recuerdos de cuando eras estudiante de letras. Con tus manos, fuiste pasando las hojas y con el lápiz bicolor de cuentas, hiciste tus apuntes.
A las diez, regresaste a la cocina y, durante el resto de la noche, tus manos se impregnaron de ese aroma que cada página leída guardaba como un recuerdo y que provenía del pescado que venderías en el infinito mañana.


Fausto Ovalle
http://transpeninsular.blogspot.com/

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