6 de octubre de 2004

Al entrar en la casa la sorprendió el silencio. ¿Dónde estaba la sonrisa cálida que cada día la recibía? No fue una mala sorpresa. Cansada de fingir que no hería esa sonrisa que no podía corresponder, hoy respiraba tranquila al cruzar el umbral y recorrer en penumbras el pasillo hasta llegar a la pieza. Sin prender la luz, se desvistió y entreabrió la ventana dejando entrar el aire de la noche. La música proveniente de algún piso superior la envolvió. Triana se dejó atrapar, recibiendo la melodía como si surgiese de la propia lira de Orfeo. Cerró los ojos y se imaginó sentada en la arena tibia junto a él (el otro), riéndose, abrazándose, rodando con los cuerpos unidos hasta alcanzar el agua, besándose con esos besos que se han hecho esperar por mucho tiempo y con tantas ganas. Y más tarde las lágrimas. Lágrimas de dolor por el camino irretornable. Lágrimas de congoja for la alegría olvidada. Lágrimas de arrepentimiento ante la Virgen de Fátima, que la contempla desde un rincón de su alma.


Perla Malvez

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