Lo mejor que puede hacerse es desconfiar. Desconfía de la palabra fácil, de la historia fácil, del final fácil.
Lo otro es un trámite usualmente tempestuoso: reinicia los textos, cúralos de esas dolencias (los recursos fáciles), siéntete con el derecho de tiranizarte.
¿Cuándo parar? Nadie sabe. A veces nunca.
Nada de lo que se haga, después de todo, debe aparentar dificultad. Todo lo contrario: debe verse como algo fácil. Muy fácil.
Julio Salinas
http://coleccionistadehuecos.blogspot.com
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