22 de septiembre de 2004

Generalmente escribo para mí, así que nunca escribo a menos de que tenga una idea que me atraiga.

Luego pienso por qué me atrae esa idea y cómo puedo decir lo que me atrae de ella.

Supongo que escribir es como ir creando una escultura en la mente de quien lee. Yo la voy creando mientras escribo. Así que me aseguro de tener mucho material a la mano y de ir dejando huellas de mi propio proceso.

Lo escribo todo. Repito. Abundo. Tacho. Construyo. Reconstruyo. Rompo. Tiro. Reacomodo. Cambio. Sustituyo.

Si dos palabras me gustan juntas, las reservo. Las intento en cuantas posiciones sean posibles. Las borro.

Borro todo y otra vez empiezo. Leo. Investigo. Complemento.

Observo si el proceso va dejando un plan, una estrategia, un esqueleto.

Algunas veces, de todo esto algo queda. Lo sacudo. Le quito lo que crea irrelevante, lo exagerado y lo que ya ha sido dicho de otra manera.

Cuando me parece que ya ha quedado, vuelvo a destruirlo. Si aún me gusta la idea, nuevamente la edifico.

A estas alturas del partido la idea me resulta otra, una distinta a la que yo había inicialmente concebido. Muchas veces mucho más cierta.

Nunca termino de escribir el texto, pero cuando ya no me avergüenza, si me deja dormir en paz, lo cierro.


Patricia Arévalo
http://asakhira.blogspot.com

No hay comentarios.: