17 de enero de 2005

La poesia del mecenas


Al mostrarle la imagen su rostro se descompuso. Me desilusionó. Como militar, a veces esperamos reacciones menos humanas. Irónicamente, me hubiera parecido más dramático otra clase de efecto en su persona.

"Que es esto", exclamó. Sus ojitos parpadearon, y las enormes bolsas de carne debajo de ellos parecían almacenar todas sus emociones insuperables. Yo, en cambio, ajusté el tocado sobre mi cabeza y le dije: El tipo de lentes ese, señor editor, es uno de los escritores de su editorial; juzgue usted lo más conveniente.

Estúpido, como me parecen todos los de su clase, volvió a mirar la foto, incrédulo o, quizá, indignado por el estilo de la toma. La fotografía tenía esa clase de aire escandaloso, ideal para esas exposiciones ridículas de arte visual que los intelectules adoran tanto.

"Pero, ¿esta es mi mujer? ¿que hace él bañandola así? ¿como fue?" inquirió con su vocecita elegante, ardiente de explicaciones que yo no debía darle; después de todo, mi proposito era otro. Como militar, siempre mis propositos rebasan la candidez de los individuos.

Sin embargo, el tipo de la foto era el poeta que había subido a la comodidad de su mecenazgo. El pobre editor me pareció un bolso robado sin un centavo adentro. Toda esa clase de impresiones incómodas subieron a mi cabeza y me avergonzaron. Para evitar caer en diálogos abrasivos o dramáticos, le arrojé un sobre con el informe adentro. Ahí podría leer, y editar a su gusto, todo lo que mis ayudantes recabaron.

- Insisto, señor editor...ahí esta todo. Es claro que su mujer y el poeta ese mantenían una relación extramarital a expensas de usted. Repito: juzgue usted lo más conveniente. Yo he cumplido con el favor que usted pidió a mis superiores. Darle más explicaciones me parecería insultante para mi grado de oficial o mi sencillo uniforme.

- No, capitán - respondió atormentado, con toda la ventisca de un hombre disminuido -, esto apenas me parece concebible. Es obvio que hay intimidad entre ambos, eso nadie lo niega, ni siquiera el dolor que me causa ver a este par de malagradecidos; sin embargo, creo que me toca tomar las cosas con frialdad, aunque mi oficio me lo impida. Debo pedirle un último favor: Consiga fotos de ambos teniendo relaciones sexuales; estas son inservibles para solicitar el divorcio, lo único que me queda para salvar mi dignidad...

Sentí pena por el hombrecillo. Tuve que sonreir hasta contestarle, burlón: Imposible, señor editor, olvida usted algo: los poetas no tienen relaciones sexuales; ellos hacen el amor.


Manuel Lomeli
chango100@gmail.com
www.chango100.blogspot.com

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