17 de noviembre de 2004

XVII


Se sintió espantada al verse atrapada en el elevador del hotel con un sacerdote. El sacerdote. No gritó. Entendió que el buen pastor no la había reconocido. Todas esas palabras en la privacidad del confesionario no le habían delatado el aspecto físico. Cada quien iba a lo suyo. O más bien, cada quien venía de lo suyo. Él había visitado a un joven en el sexto piso. Ella venía del quinto. Un hombre anciano que le decía Lolita, le había pagado 25 dólares para que se vistiera de monja.


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