17 de noviembre de 2004

Hágase la luz.


Media hora sin luz y con el elevador parado, sólo ellos dos y un
silencio incómodo.

Ella estaba recién llegando a casa, 10:22 AM. El último cliente tomó rato. Estaba guapo -pensó- y todo un caballero además. Un cambio agradable hace el trabajo más placentero. Pero el dinero no deja de ser el dinero, así es la prostitución. Llevaba pants, tenía un cambio de ropa en el coche... no le gustaba llegar con las ropas del trabajo.

Él, en cambio, estaba visitando a un sobrino enfermo de gripa. Era uno de esos sacerdotes jovenes. No utilizaba el uniforme en situaciones familiares porque no sabían si llamarle "Mau" o "Padre". La "vocación" lo llamó a los dieciocho años, cuando terminaba la prepa.

-Pues no llega la luz -dijo él, sentándose en el piso.

-Hágase la luz -dijo ella, mirando arriba y jugando con el cabello.

-Dios quiera -sonrió el sacerdote.

-Amén -respondió-. No es domingo y como si estuviéramos en misa.

-¿Es usted creyente?

-Mi trabajo lo requiere.

El joven asintió.

-¿Es policía?

-En ocasiones -dijo la puta, riendo. La risa movió al cura a reírse con
ella.

-¿Usted? -se animó a preguntar ella.

-Ohhh... abogado, abogado del diablo -dijo él.

-Entonces usted no es muy creyente.

-Al contrario, para defender al diablo uno tiene que creer en Dios. Sin uno, el otro no existe.

Ella asintió, le gustó el hombre y sus respuestas sencillas que pretendían ser inteligentes. Al hombre le gustaba la voz de la mujer, le despertaba un algo. Probablemente eran la oscuridad y el anonimato. Estuvieron a punto de seguir cuando se hizo la luz y el sonido de los motores les regresó la incomodidad.

-Aquí me bajo -dijo él, la miró atentamente y notó que aún sin maquillaje era muy bonita. Ella alzó la mano y tan sólo dijo adiós. No le gustó el hombre, con luz se veía muy niño. Le gustaban más varoniles.

-Mucho gusto -dijo él, animado.

-Igualmente, hasta luego -dijo ella, sonriendo debilmente.


TT.
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