6 de octubre de 2004

Al entrar en la casa, Orfeo prendió la luz y gritó: “¡HOLA!” al ambiente vacío. El eco sordo del saludo le produjo un extraño escalofrío en el cuerpo. Se sacó la ropa -dejándola tirada en el suelo- y se recostó en la cama, para mirar la televisión. Ya no había quien se queje por el desorden. Poco a poco, fue ganando conciencia de lo que había pasado. Se dio cuenta que la firme estructura de sus proyectos y sueños acababa de hacerse añicos. Triana ya no estaba. Triana lo había abandonado. Sin prestarle atención a la TV, quedó tendido boca arriba con la mirada perdida en el horizonte de su habitación. Pasaron las horas y su angustia fue creciendo hasta que no lo pudo tolerar más y ejecutó la idea que rondaba como un fantasma en su cabeza. Abrió el cajón, sacó su juguete predilecto, y se pegó un tiro en la sien.

Triana abrió la puerta de su nuevo hogar y gritó “¡HOLA!”. En seguida apareció su nueva pareja, Fátima, para recibirla con un gran abrazo. Cenaron y se fueron a la cama; tuvieron sexo; se durmieron en un profundo abrazo. Fátima pensando en sandeces. Triana con una sonrisa en su boca: Nunca antes había sido tan feliz.


El Rabino
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