30 de agosto de 2004

TODAS LAS TARDES


El sol se reflejaba en el cristal, impidiéndome ver nada. Pero yo sabía que él estaba detrás, observándome, con ese hilillo de baba amarillenta que nacía en la comisura de sus enormes labios. De nada servía cambiar los horarios, llegar más tarde, aparecer por una esquina o por otra, cada día tenía que enfrentarme a su triste mirada de ternero, a su sonrisa húmeda, a su mano en la entrepierna. Y cada día cruzaba rápidamente la portería, unas veces mirando al suelo, otras las molduras del techo o el pomo de las escaleras, pero sintiendo sus ojos clavarse en mi estómago, como pequeños alfileres que envenenaban mis tardes, y él tartamudeaba un hola entrecortado, y yo un adiós asustado, presuroso, que salía de mi boca, pero que nunca me pareció mío. De nada servía hablar con la portera, con los vecinos, pobre indefenso, que mente tan sucia la mía pensaban.


Teresa
http://www.gotitasporlavena.blogspot.com/

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