30 de agosto de 2004

Antes se abrían descaradamente, durante los años mozos del viejo loco de mi abuelo, de par en par. Era una carnicería, cara pero bien surtida; la única que hacía lucir apetecibles las terneras famélicas que sacrificaban en sus mataderos.

Por esa puerta morosa entraban becerros retozantes para no regresar jamás junto a sus hediondas madres de establo. Por ahí llegaba la carga de carne fresca, roja, recién arrancada del hueso, y por las mismas puertas, siempre de par en par, llegaban las mujeres, enanas de la desnutrición y anémicas por tantos hijos, a que el puto carnicero las robara a mansalva por unos cuantos gramos de vísceras o, de vez en cuando, molida de res.

Las mismas vacas escuálidas doblaban su valor en peso con solo cruzar el umbral de esa jodida puerta. Adentro, sus huesos magros con su carne perezosa lucían tan bien, que las vacas parecían felices de tan costoso final. Vacas que vivas costaban un bledo, adentro disfrutaban del hito inflacionario del matadero.


Manuel Lomelí
http://chango100.blogspot.com/

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