16 de diciembre de 2004

DEL LUGAR DONDE NADIE DUERME


Decidieron ir a su casa y apresarlo. Todos los moradores estaban hartos de distraer sus actividades nocturnas para prevenir los ataques de Evaristo. El palazo en la testa de la vaca había sido el colmo. El dueño seguía con náuseas después de limpiar aquel reguero de sesos.

Fue la bondad diurna de Evaristo lo había pospuesto la ahora determinación de los moradores: de día, él no sólo se afanaba en sus tareas sino que asistía a los
otros. Pero por las noches merodeaba por calles y casas para propinar auténticas palizas a los seres apagados. Cualquier animal podía convertirse en su víctima, pues todos tenían la necesidad inexplicable de apagarse por las noches.

Lo que exasperaba a Evaristo era la soberbia disfrazada de los seres inferiores. Cuánta osadía albergaba el morir cada noche para resucitar con el canto de los gallos. Quizá movido por la angustia, o por un dejo de envidia, apagó a la vaca de una vez por todas. Él y los moradores sólo podían morir una vez, sin posibilidad de retorno.


Sandino Cruz
http://umbrias.blogspot.com/

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