9 de septiembre de 2004

Tatuaje


Creí que mentía. Me tomó de la mano y me condujo hasta la puerta del baño, que era pequeño y apestaba a cigarro. Me puso nervioso.
—¿Aparece solito?
—Solito, padre, solito.
Se comenzó a desvestir como si estuviera sola. Quise salirme de ahí, arroparla, pero su impavidez me hizo suponer que no se trataba de una seducción. Mantuve la mirada en el suelo.
—¿Dónde se aparece?
—Ahorita, padre, aguántese.
La última prenda rodó por su pierna.
—¿Quiere verlo o no?
—Sí.
Levanté la mirada. Vi su piel aperlada, suave, joven. Ningún rastro de la aparición.
—¿Dónde?
—Fíjese bien.
Miré contenidamente su cuerpo, mis manos temblaban, tuve una erección. Le di la espalda, salí del baño, sudaba, y antes de cerrar la puerta miré su cuerpo, sus senos, su pubis, su rostro, y no encontré ninguna aparición, ningún tatuaje milagroso, sólo una sonrisa ancha, cruel, complacida.


Julio Salinas
http://coleccionistadehuecos.blogspot.com/

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