9 de septiembre de 2004

El tatuaje


Las miradas le fueron indiferentes hasta que el tatuaje fue creciendo y tiñó sus brazos y sus senos. Su estilo de vestido cambió: imposibles los escotes. Compró blusas manga-largas y mascadas para esconderse. Las voces pueblerinas cuchicheaban: se hizo cristiana y preferió el estigma a contarles su infortunio. Ingresó a la iglesia y su sobriedad externa le atrajo el nombramiento de ministra.

Un día caluroso, los hermanos la visitaron encontrándola con ropas livianas y la acusaron de quebrantar los preceptos que prohiben el uso de tatuajes. Fue amonestada. Pero el tatuaje extendió su trayectoria manchándole ahora el vientre. Sus deseos enardecieron y prefirió abandonar a los hermanos. Se aisló sin poder detener la coloración. Probó exorcizarse, quemando cada prenda tocada por la mancha pero la casa se incendió con ella adentro. La iglesia rechazó el santo entierro porque entre los restos encontraron el cuerpo arqueado, como en éxtasis orgásmico.


Beguina Giordano

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